El
Consorcio Tecnológico en Biomedicina Clínico Molecular, BRMC, formado por los
doctores Alexis Kalergis, Carlos Fardella, Susan Bueno y Hernán González, ha
logrado instalar en 15 países americanos, europeos, africanos y asiáticos, un
total de 14 invenciones científicas desarrolladas por sus investigadores
líderes.
Estas se
han enfocado principalmente, en cuatro productos: la vacuna contra el
metapneumovirus que está elaborando el Dr. Alexis Kalergis; un kit diagnóstico
para la detección de patógenos, actualmente en validación clínica en el sistema
público chileno, impulsado por la Dra. Susan Bueno; un kit para la predicción
de la agresividad del cáncer de tiroides, a cargo del doctor Hernán González; y
un fármaco para el tratamiento de la hipertensión y el síndrome metabólico,
realizado por el Dr. Carlos Fardella y su equipo.
Para hacer
realidad su propuesta nacional e internacional, el Consorcio BRMC cuenta con el
apoyo de CORFO, la Universidad Católica, CONICYT y la farmacéutica multinacional
Abbott.
El
Consorcio Tecnológico en Biomedicina Clínico-Molecular (BMRC, por sus siglas en
inglés), es una institución creada en 2007 por la Pontifica Universidad
Católica y la empresa privada (en sus inicios fue el laboratorio chileno
Recalcine, hoy adquirido por la farmacéutica multinacional Abbott) con el
propósito de construir soluciones de alto impacto para la salud humana.
Después de
realizar, durante una década, investigaciones en ciencia básica y transferencia
tecnológica, el Consorcio BMRC tiene un total de 14 invenciones concedidas por
los próximos 20 años en países como Bélgica, Alemania, Suiza, Francia, Reino
Unido, Portugal, España, Colombia, Perú, Macao, Canadá, Estados Unidos, Rusia,
Sudáfrica, China y, por cierto. Chile.
“El
Consorcio es un puente que nos ha permitido pasar de un proyecto científico de
alto nivel a un producto científico con el potencial de entregar beneficios a
la salud humana. Hemos seguido el modelo de este tipo de compañías a nivel
mundial para ir filtrando la búsqueda hacia las investigaciones que pueden
llegar al mercado. Cuando uno busca este tipo de proyectos, tiene que ver
cuáles son las reales necesidades en el área, uno de los focos más importantes
cuando se trabaja en este tipo de productos”, afirma Rebeca Ibacache, gerente
general del BMRC.
Otro de
los hitos de la compañía apoyada por la PUC, Corfo, Conicyt y la farmacéutica
estadounidense Abbott, es la creación de una empresa biomédica spinoff surgida de
los estudios en el ámbito del diagnóstico para el cáncer de tiroides. La
empresa, liderada por el Dr. Hernán González, apuesta por comercializar el test
más rápido y económico del mercado para esta patología.
Para
lograr ese alcance, están migrando desde un servicio validado en Chile y
Estados Unidos a un nuevo formato tipo kit, que podrá llegar a cualquier rincón
del mundo. El ThyroidPrint ha evitado, a la fecha tras un año de operaciones en
Chile y Argentina, 37 cirugías innecesarias de pacientes con probabilidad de
tener cáncer a la tiroides. En los próximos meses arribará a Colombia y
Uruguay.
Patentes de impacto global
Para
resguardar estos desarrollos, el Consorcio se ha apoyado en un protocolo de
protección y transferencia que replica los mecanismos internacionales en el
ámbito de la biomedicina, operando además bajo el marco del tratado
internacional de cooperación en materia de patentes, conocido como PCT.
La
regulación, adoptada por Chile en 2009 y que ha sido firmada por 142 estados, es
un sistema de presentación de solicitudes de patentes que facilita el
procedimiento para solicitar en varios países la protección de las invenciones.
“Con este tratado se facilitan las posibilidades de entrar directamente a
países de Europa y Asía, o Estados Unidos”, explica la gerente general de BRMC.
“El modelo
que hemos desarrollado, que aborda tanto la potencialidad del modelo de
negocios como las herramientas internas para la transferencia, está enfocado en
la protección de la invención, como una guía para resguardar los desarrollos en
función de cómo, dónde y cuándo proteger”, agrega Ibacache.
El proceso
de protección comienza con el aviso de un investigador sobre que ha logrado un
desarrollo que debe ser protegido por la vía de su transformación en patente.
Este puede ser un proyecto completo o algún elemento específico de un fármaco.
Por ejemplo, en el caso del kit diagnóstico de patógenos desarrollado por la
Dra. Susan Bueno, se han protegido un total de ocho componentes que dan forma
al producto.
“Funciona
como una alarma, que significa que el científico tiene una invención que sirve
y ésta, eventualmente debe ser protegida. Ahí entra un equipo asesor que
acompaña al investigador para ver si esa alarma es real. Si no lo es, se apoya
al científico para consolidar la idea con evidencia científica y de impacto
económico-social que respalde el inicio de su protección. Ahí se entra a fase
de solicitud de protección nacional, se activa el PCT internacional, apoyados
por Abbott y la Universidad para dar una mirada estratégica y comercial del proceso”, complementa la
ejecutiva.
La
activación de la necesidad de proteger una invención requiere de un apoyo de
consultores externos con el objetivo de realizar un completo análisis del
estado del arte de los desarrollos, es decir, si en algún lugar del planeta
existe una tecnología similar que resuelva el mismo problema con mayor
eficiencia. Gracias al tratado PCT, además, es posible arribar en forma más
expedita a Estados Unidos, Unión Europea o Asia, aunque para eso la revisión es
fundamental.
“Estados
Unidos, por ejemplo, puede ser un país atractivo si desarrollamos un fármaco
específico para la obesidad considerando sus alarmantes cifras en este ámbito”,
explica Rebeca Ibacache. “Tener una estrategia adecuada de transferencia
requiere de proteger los desarrollos en forma robusta y resolver problemas de
impacto global. Nuestra estrategia apunta, más que a la cantidad, a tener
desarrollos de alta calidad que nos permitan depositar la patente en países
donde sea rentable tener la exclusividad”.
Del laboratorio al mercado
Desde que
una patente de invención fue otorgada, la explotación comercial tiene 20 años
de exclusividad, aunque ese período, en rigor, es mucho menor. Al proteger el
desarrollo, los científicos toman en promedio entre cinco y diez años para
finalizar el producto o servicio, alistándolo para su arribo a mercado. Una vez
transferida, la tecnología tiene 15 años para comercializarlo o hacerlo rentable
en algún lugar del mundo.
Cada vez
son más, también, los grupos de investigadores que optan por generar empresas
propias para atraer capital que permita llevar por sí mismo las soluciones al
mercado. Por esto, la gerente general de BMRC recalca que su modelo de negocios
apunta exclusivamente a investigaciones con probabilidad de avanzar hacia una
fase de trasferencia tecnológica.
En el caso
del Consorcio Tecnológica en Biomedicina Clínico-Molecular, los distintos
niveles de riesgo de los proyectos también tienen que ver con la
concreción de esta transferencia y en qué etapa se lleva a cabo:
experimentación básica, estudio preclínico o clínico en fase 1, 2 o 3. “Por
ejemplo, una vacuna, es más riesgosa, ya que se puede caer en una fase 3 de
estudios clínicos. Pero al venderla en fase 3 es mucho más costoso para el
comprador. El riesgo pasa por comprar barato y tomo el riesgo, o comprar caro,
una vez terminada las últimas pruebas, con menor riesgo”.
Ibacache
enfatiza que los resultados, tras más de diez años de trabajo, han sido
positivos, pero con varias investigaciones que han quedado en el camino,
incluso algunos, en sus etapas finales de validación científica, debido a que
en otro rincón del planeta otro grupo de investigadores se adelantó en patentar
una invención similar. “Hoy tenemos claro que los proyectos científicos deben
orientarse a un producto que sea transferible como un piloto lo más robusto
posible”.
Para esto,
apuntan a un modelo de investigación en tres fases: fortalecimiento de ciencia
básica, validación de ciencia aplicada y concretar una transferencia. El
ejemplo del kit de detección de patógenos respiratorios, que se encuentra en
validación en hospitales públicos, es un ejemplo de ello: si tiene buenos
resultados, su potencial de transferencia o de migrar a nuevos formatos con la
misma tecnología, que podrían dar mayor atractivo para inversores, aumentan.
De ahora
en más, la apuesta es reducir el promedio de diez o doce años que alcanzaron
con la primera camada de iniciativas, apuntando a aspectos de prevención y
personalización de la medicina. Estas oportunidades pueden darse en todo el
mundo o en áreas específicas no explotadas comercialmente por las grandes
potencias. Y es que productos como vacunas o detección de enfermedades pueden
tener, de concretarse, un alcance global.
“En el caso del proyecto de diagnóstico de cáncer de
tiroide, a través de la empresa spin-off, un competidor tiene abarcado todo el
mercado de Estados Unidos, pero no le interesa el resto del mundo. Y eso nos da
la posibilidad de explorar Europa, Asia y Latinoamérica. Lo relevante es mirar
el mercado, observar qué es lo que necesita, primero, tu país y luego el mundo.
El valor agregado pasa por mejorar o diferenciarse de lo que ya existe”.